Arte, crítica y parodia de la realidad

“Quiero generar una obra que se comunique con el espectador. Quiero formular un arte claro y legible. Pretendo encontrar resoluciones formales que efectivicen el discurso”.  Con estas palabras, definía sus obras el artista Pablo Suárez, pintor y escultor argentino quien, a pesar de haber asistido a talleres de pintura, siempre se definió como autodidacta.
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Pablo Suárez, nació en Buenos Aires en 1937. A los 18 años inició la carrera de Agronomía. Pero finalmente, abandonó sus estudios para dedicarse al boxeo, deporte que lo llevó a participar de varios encuentros amateur. Entre golpes y largas horas de entrenamiento en el gimnasio, Suárez realizó talleres de arte dictados por Raquel Forner y Alfredo Bigatti. La extraña combinación de algo tan rudo como el boxeo con el arte hicieron de Suárez un artista único.
Gracias al impulso de su mentor Antonio Berni y el estímulo de Alberto Greco, eligió al arte como el medio para desarrollar su vida profesional. En 1959, realizó su primera participación pública en una exposición colectiva en Bulgaria. Y finalmente, en 1961, perpetró su primera exposición individual, en la galería Lirolay, donde presentó los óleos Los tres en soledad (1960), Los espectadores (1961), El penitente (1961), Los Condenados a muerte (1961) y algunos dibujos.
Durante la década del 60, participó de varios encuentros y debates realizados en el legendario bar Moderno, reducto de encuentro para artistas como Greco, Emilio Renart, Rúben Santantonín y  Jorge de la Vega, entre otros. Formó parte del movimiento cultural conformado en el Centro de Artes Visuales del Instituto Di Tella, donde participó de la polémica muestra Experiencias 68 y no dudó en firmar el manifiesto dirigido al director de la institución contra la censura realizada a la obra Baño, presentada por Roberto Plate.
A comienzos de los 70 se alejó del instituto Di Tella para radicarse en San Luis. En 1972 retomó la pintura sin dejar de lado la ironía que caracterizó su obra. No dudó en realizar una parodia de Florencio Molina Campos, al reflejar escenas de paisajes e interiores de casas ubicadas en los suburbios bonaerenses.
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El fin de la última dictadura militar y el retorno de la democracia de la mano del presidente Raúl Alfonsín llevaron a Pablo Suárez  a instalarse nuevamente en Buenos Aires y participar de la formación de “Parakultural”,  centro artístico multidisciplinario donde convergió el movimiento cultural underground porteño de la época.
En esta nueva etapa de su carrera, sus obras se caracterizaron por la pintura con gran colorido y una pincelada gestual. En tanto que la escultura presentó un matiz grotesco, con personajes modelados en resina que se desprenden del plano del soporte pictórico hacia el espacio. En sus últimos años de vida, dictó clases para artistas becados por la Fundación Antorchas en el Taller Barracas. En el año 2000, se trasladó a Colonia del Sacramento, Uruguay, regresando al tiempo a Buenos Aires, donde falleció en abril de 2006.
Su obra
Sin dudas, Suárez fue un artista que no temió parodiar la realidad que vemos día a día, desde una postura que reflejó la crítica social, política y cultural del contexto de Argentina, como si fueran  metáforas del devenir sociopolítico.
            “Mi trabajo se encuentra dentro de lo paródico. Uso el grotesco, que es una franja situada entre la convención y el horror. Quiero que la gente, a través de mi obra, me encuentre. Intento ingresar en la mirada del otro y allí permanecer. Tal vez sea una forma de decirle no a la nada”. Así  definía su trabajo Suárez, quien supo transmitir en cada una de sus obras su mirada de la sociedad actual.
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Obras que siguen teniendo vigencia. Temáticas contemporáneas, que  a pesar del transcurso de los años, no dejan de reflejar con rasgos de humor negro, sátira, crítica ácida y  parodia el escenario político social que vivimos a diario. Sus personajes, expresan miradas de profundo desconcierto e incomprensión ante la controvertida situación que deben protagonizar: ser un ingrediente más de una sopa o estar a punto de ser aplastados por una piedra.
Sin dudas, “Exclusión” (1999) cuadro-objeto que mide aproximadamente 190 x 200 x 32 cm, constituido por un soporte de madera bidimensional y una figura modelada en resina epoxi, es la obra que más se asemeja a la actualidad. Imagen simple y clara que repite una escena, (un hombre con el torso desnudo, cabellos al viento y ojos desorbitados, tomado con fuerza de los barrotes de la puerta del tren, que se cerró antes de que él pudiera entrar) que fácilmente podremos reconocer, con tan solo situarnos cerca de las vías de los ferrocarriles argentinos.
Es claro que Pablo Suárez supo enfrentar al espectador con su propia realidad. Aquella que tiene aristas y rincones oscuros con los que convivimos todos los días. Sus obras, invitan a mirarlas y descubrir detalles casi imperceptibles. Estímulos visuales, que enfrentan a una verdad que miramos sin mirar.


Por María Florencia Ferreyro
Licenciada en periodismo

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